Sobre los animales: Mi experiencia

Desde que tengo uso de la razón (pareciera un chiste, pero no) me encuentro rodeada de mascotas. Mi mamá es amante de los animales y rescatista desde siempre, me enseñó desde muy pequeña a respetar a toda criatura aunque sean demasiado pequeñas como para determinarlas  y a no acostumbrarme a la injusticia que representa que existan perros/gatos callejeros que son maltratados y desechados por muchas personas de la comunidad. Me enseñó que tengo el deber de revertir esta historia, sumando mi granito de arena adoptando, alimentando, castrando o simplemente dando un cariño a cada animalito que se cruza en mi camino.

Hoy tengo para ustedes dos historias para contar, reales, que se remontan a mi infancia y hablan sobre animales, aquí va la primera.

1998. Paseo escolar. Parque Zoológico El Pinar.

La primera anécdota es de resistencia, de cómo una hippie llega a asquearse de un animal con plumas pero al mismo tiempo es una historia de tolerancia. Esa idea de ir a un zoológico no me llenaba de mucho entusiasmo, sabía que los animales estaban enjaulados y que los cuidados no eran los mejores pero no quería perderme la experiencia de ir a uno rodeada de mis amigos. Mi mami me armó una loncherita con dos arepas (una y media para Lale y la otra mitad para mí) me dio dinero para que comprara un juguito y me dijo las palabras claves “pórtate bien, no se descontrolen”  -Un beso en la mejilla, la bendición y ya estaba dentro del colegio vestida con el uniforme de educación física (que odiaba profundamente) hablando con mis amiguitas, esperando el momento para salir a esta aventura.

El zoológico quedaba relativamente cerca del colegio, así que el paseo no fue tan largo, con suerte solo llegamos a cantar “aceleren al chofer que lo viene persiguiendo la mamá de su mujer” (sí, esa es la letra que cantábamos, aunque debería tener un SIC gigante al lado) unas diez veces. Nos bajamos ordenadamente, en fila, expectantes de lo que íbamos a encontrar en esas jaulas. En la entrada nos recibe el guía con una sonrisa medicada “Hola niños, hoy nos vamos a sorprender con la naturaleza” – creo recordar que dijo algo así-  seguimos en fila y nos aproximamos a una bajada que a su alrededor tenía unos jardines y pavorreales paseándose en ellos, en un momento la fila se desordenó, los niños estaban impactados por la belleza de las aves y salieron corriendo, es en esa corrida cuando Lale ( sí, la de las arepas y mi mejor amiga) tropieza con uno de los pavos, este aletea lo más fuerte que puede y se posa en mi cabeza con esas garritas ( ok, esto me está costando mucho, tengo miedo). Solo atiné a correr, gritar y llorar un poco. Desde ese día admiro a las aves, las quiero, no les hago daño pero quiero que estén a tres metros sobre el cielo (como la película), lejos, muy lejos de mí. Con respecto a los otros animales del zoológico, los vi tristes, presos, les hablé sabiendo que no me entenderían, me fui con una tristeza a casa.

2003. Salida del colegio. Montalbán.

Teníamos clases en la tarde, por lo general algún laboratorio o historia pero ese día una profesora faltó y nos permitieron retirarnos temprano. La zona donde estaba nuestro colegio era llamada “La frontera” – los caraqueños y su triste competencia por ser más “malandros” que los demás-. Con esas ganas de sentirnos grandes y contando con esas horas libres de las que nuestros padres no tenían que saber decidimos ir al edificio más cercano para reunirnos un rato, hablar sobre la vida… Si se iniciaba un juego de la botellita no molestaba. Una amiga nos ofreció su estacionamiento con parque incluido para pasar el rato, todos felices fuimos caminando hacia esa dirección hasta que se nos cruza un perrito callejero, triste, con hambre y algo lastimado. Mi cara se transfiguró de inmediato, fui directo a hacerle cariño y busqué entre mis amigos quien tuviera algo de comida o agua para darle. En ese momento comenzó el episodio Juana de Arco, mis amigos me empiezan a decir loca, tratan de asustar al perrito, tiran patadas y solo pude gritar que lo dejaran y… solo sé que lloré.

Ya no solo me decían loca, también llorona. Me fui del lugar, el perrito que era mediano, pelaje marrón con algunas manchitas blancas en su pecho y en la cola, poseía ojos cafés con una mirada que inspiraba ternura, una patita un poco coja y la lengua afuera signo de no haber tomado agua en un largo tiempo. Él vino conmigo a casa que quedaba justo a unas cuadras, mi mamá me ayudó a darle comida y agua. Se fue pero no sabe que se quedó conmigo para siempre, en esa eternidad que llamamos recuerdos.

Dos historias de muchas que he vivido relacionadas a este tema, solo me queda pedir que si ven a un perro o gato en la calle no le hagan daño, no te pido que lo quieras o que lo lleves a tu casa, solo por favor déjalo vivir, ya llegaran personas como mi mamá que con mucha fortaleza los ayuda y trata de encontrarle una vida mejor.

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Nos leemos en la próxima.

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